ROSENDO «EL AMARGADO»

He de confesar que Rosendo nunca me había caído bien. Quizás por tener un rostro que parece siempre enfadado, ser terco en palabras, y un genio que quizás sale demasiadas veces pronto, ha influido para que nunca haya intentado intimar con él. Sé que existe desde hace muchos años, pero poco se de su vida y nunca me ha importado su opinión sobre el quehacer cotidiano. Le he visto muchas veces trabajando en una oficina, a la que acudo asiduamente por motivos profesionales, y siempre está con papeles en la mano y nunca habla con sus compañeros. En mi interior le llamaba “el amargado”. 

Algunas veces lo he visto por la calle y en el bar conversando con Andrés, que creo puede ser su único amigo y es totalmente opuesto a él. De fácil sonrisa, siempre saluda a todos, gestos amables. Se puede decir que es una de las personas más queridas del pueblo y muchos se preguntan el por qué de esa amistad.
El pasado domingo salí a pasear con dos amigos. Llegamos hasta una pedanía que antiguamente había llegado a ser un prospero pueblo agrícola pero con la despoblación se ha convertido en un pequeño reducto en el que sólo viven una veintena de familias. La antigua importancia del pueblo se manifestaba por la solera de las viviendas y la gran iglesia de la plaza. Las calles parecían vacías porque muchas casas estaban deshabitadas. Vimos a unos hombres que parecía que estaban trabajando. Nos acercamos y comprobamos que uno de ellos era Andrés. Nos llamó y nos invitó a un trago de vino. Entre el grupo de trabajadores vi que estaba Rosendo, que se afanaba en blanquear con cal la pared de un edificio, que parecía haber sido el ayuntamiento.
Mis amigos preguntaron que hacían y Andrés se sorprendió: “No lo veis. Estamos reparando el pueblo. Dos domingos al mes, los dedicamos a reparar la iglesia y el ayuntamiento para convertirlo en un local social. Empezamos a hacerlo para que no se cayera una casa vieja. Después… gracias a ese (señalando a Rosendo), que es el alma mater y el más trabajador, hemos seguido haciendo apaños en los edificios públicos para darles una utilidad social. Este será la sede social de los vecinos”.
No sé si estos vecinos conseguirán que el pueblo vuelva a tener la brillantez que tuvo antaño, pero si lo consiguen será gracias a Rosendo y sus compañeros. De vuelta a casa, me hice el propósito de no volver a juzgar a nadie, sin antes conocerle y buscar un poco de admiración y afecto para ese hombre, que nunca me había caído bien.

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