ANDRÉS Y SU PARQUE

Y cada día limpia «su parque».

Era una mañana fría de la recién llegada primavera. La acera mantenía el recuerdo de las últimas lluvias caídas y en el cielo, el sol se ocultaba largos periodos de tiempo en nubes grises. El parque parecía abandonado y solo el pequeño Andrés parecía ser el único habitante en esa parte ajardinada de la ciudad.

Vestido con el traje reglamentario, chaleco azul con bandas amarillas reflectantes, el joven trabajador no para. Mueve la escoba y el recogedor lo más rápido que podía para retirar del suelo papeles, colillas, latas y plásticos. Junto a los asientos del parque, tiene que hacer casi diariamente una parada obligatoria para barrer los restos de pipas y bolsas de chucherías que niños y preadolescentes consumieron a última hora de la tarde, mientras miraban sus móviles y se mandaban mensajes o superaban niveles de los videojuegos de moda.

Mas desagradable y menos frecuente son la recogida de vómitos de algún vecino, que o le había sentado mal esa potente cena entre amigos o se había excedió con las bebidas alcohólicas, a las que no estaba tan acostumbrado como pensaba. A Andrés no le repulsa y siente pena por ese pobre chico o joven que ha terminado mal la tarde o la noche y que ahora le deja una labor un poco ingrata.

Pero no todo es desagradable, alguna vez se ha encontrado objetos que nadie buscará o reclamará. Cosas como pequeñas pelotas de goma, canicas o cromos de las grandes estrellas de fútbol que se dejaron olvidados y que para él, son como una pequeña gratificación extra de su trabajo.

Ya lleva tres años haciendo este trabajo y desde el primer día, Andrés ha de levantarse muy pronto y muchas veces no sabe siquiera que día de la semana es, si al terminar tendrá que hacer «horas extras en otras partes de la ciudad» y si al terminar la jornada, el controlador-capataz le indicará que se ha olvidado de recoger algo o si ha ido demasiado lento en dejar en perfecto estado su parque.

Y un día, entre risas, me confesó su gran secreto. Reconoce que es precisamente ese parque, en el que ha pasado muchas más horas que en otra parte de la ciudad, el lugar que más quiere y en donde le gustaría morir. Es entre los árboles, los pájaros, las estatuas y los viejos bancos de madera, donde le gustaría dar su último suspiro.

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