EL PREMIO DE ANSELMO

El parque es uno de los paraísos del pueblo cuando llega la primavera. Sus paseos, sus juegos para niños y las zonas de césped se llenan de vecinos para aprovechar los primeros calores. Los más ancianos se sientan en los antiguos bancos de piedra. Los niños no se cansan de subir y bajar por el tobogán y jugar al balón, mientras los adolescentes se sientan en corro en el césped para simplemente conversar.
El parque cobra vida pocos minutos después de que suene la pequeña sirena del colegio. Casi todos los niños salen corriendo de las aulas para ser los primeros en llegar. Sólo Anselmo y Andrés no disfrutan de esas instalaciones. Ambos son hijos de agricultores y es en esas fechas cuando han de ayudar a sus progenitores a recoger la fruta.
Si les ves al salir del colegio, ambos con poco más de una decena de años se te encoge el corazón. Sus ojos sólo están fijos en el recinto público mientras suben a la furgoneta de sus padres. Andrés porque mira con envidia a sus compañeros que juegan al fútbol y corren hacia el tobogán. Anselmo por si ve, aunque sólo sea ligeramente, a la pequeña Rosalía, que le tiene robado el corazón. Ambos saben que mientras sus amigos están en el parque a ellos les esperan dos o tres horas montando cajas de cartón y seleccionando la fruta para que al día siguiente todo esté a punto para que sus progenitores puedan ir al mercado a venderla. Todos los días la misma faena y mientras la realizan, Anselmo no deja de pensar en ese parque en el que se encuentra su amada, a la que sólo puede observar abiertamente el domingo durante la misa.
Hoy sus padres han querido premiar su esfuerzo. A Andrés le han comprado un balón de reglamento y a Anselmo esos pantalones que llevaba tiempo reclamando para impresionar a su amada. Pero éste se ha llevado un regalo mejor. Le han invitado a su primera fiesta juvenil y la anfitriona le ha dicho con cierta timidez y descaro: “Ven. Que mi amiga Rosalía quiere hablar contigo”.

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